La rebelión de los colgados

| Posted in , | Posted on martes, agosto 23, 2011

Si mi vida nada vale
y vivo peor que animal,
nada pierdo con matar
al que me tiene colgado,
y mucho gano mandando
al infierno a un condenado.
Ay, ay, ay, ay, iguanita,
vamos al tumbo a cantar…


“…Sólo la mitad de los hombres seguirían levantados en armas, en tanto que la otra mitad regresaría a los campos a cultivar la tierra. Después los campesinos relevarían a los soldados en tanto que estos trabajan la tierra. Las cosechas serían levantadas por las mujeres, los viejos y los niños.

Para llegar a esto era necesario matar a los finqueros, a los amos y a sus progenitores y descendientes; saquear sus dominios defendidos como fortalezas y prevenir, en fin, toda posibilidad de una contrarrevolución en cuanto los rebeldes hubiesen depuesto las armas. Lo malo, lo difícil era que las fincas y los dominios se hallaban lejos de la selva y cerca de los pueblos y de las guarniciones. Para conquistarlos era necesario ante todo vencer a los rurales, a los federales y a todos los defensores del dictador. Y para vencerlos necesitaban primero destruir todo aquello que pudiera servirles de apoyo.

No debía culparse a los rebeldes por sus ideas de muerte y destrucción. Jamás se les había dado libertad de expresión y toda posibilidad de comunicación y de consulta les había sido negada. Nunca alguien se había aproximado a ellos para hablarles de economía o de política. No había periódico que se atreviera a criticar los actos del dictador, ni a los trabajadores llegaba nunca libro alguno que pudiera darles una idea de cómo mejorar su situación sin recurrir a la destrucción y a la matanza.
Los que no pertenecían al grupo del dictador debían escuchar y callar. Los obreros, los campesinos, las gentes humildes se hallaban privadas de todo derecho y tenían un solo deber: obedecer. La obediencia ciega les era inculcada a fuerza de fuetazos y llegaba a formárseles una segunda naturaleza. En donde quiera que los derechos se encuentren sólo en manos de unos cuantos y las obligaciones pesen sobre la masa a la que no le sea dado ni levantar la voz para criticar acabará por reinar el caos inevitablemente.

No era sólo el dictador el que decretaba. Los grandes industriales, los banqueros, los señores feudales, los terratenientes tenían determinados deberes para asegurar la dominación del dictador. Pero esos grandes personajes tenían algunas veces algo que decretar y no lo hacían por sí mismos, sino que obligaban al caudillo, al dictador, a decretar lo que les venía en gana. De esa manera podían encadenar al pueblo apoyando sus actos en las leyes. De haber decidido por sí mismos, el pueblo se habría enterado que la única función del caudillo era llenar los bolsillos de los poderosos, en tanto que dictando al dictador lo que debía decretar, los decretos de éste se decían expeditos en interés del Estado, y era así como muchos patriotas cándidos y sinceros eran engañados.

Si los muchachos hubieran propuesto a los patrones discutir sus diferencias pacíficamente, éstos les habrían dado su respuesta envuelta en plomo, pues el solo hecho de que un asalariado propusiera el examen y la discusión de su situación era considerado ya como un crimen contra el Estado. Y un crimen también era el de permitir a los trabajadores hacer cualquier proposición. El único derecho de los trabajadores era el de trabajar duro y obedecer. Eso era todo. Lo demás era cosa del dictador y de su camarilla, a quienes pertenecía por entero el derecho de mandar y de criticar.

Así, pues, no era salvajismo el que impulsaba a los indios al asesinato y al pillaje. Sus hechos no podían ser tomados como pruebas de crueldad porque sus adversarios, sus opresores, eran cien veces más salvajes y más crueles cuando de salvaguardar sus intereses se trataba...”



TRAVEN, Bruno. XIV (capítulo), La rebelión de los colgados. México, Cia General de Ediciones S.A., 1980, pp. 87, 252-255.


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Y a propósito de revoluciones, quisiera compartir con ustedes una canción muy bella, que resuena y vibra por las páginas cuando lees esta gran obra de B. Traven. Su nombre es “La marcha del indio”, de Afranio Parra. Interpretada por el grupo Canto la Vida. Un verdadero deleite.




Por Mr. Ewok Merrick

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