Pedro Páramo

| Posted in , | Posted on domingo, marzo 13, 2011

El calor me hizo despertar al filo de la medianoche. Y el sudor. El cuerpo de aquella mujer hecho de tierra, envuelto en costras de tierra, se desbarataba como si estuviera derritiéndose en un charco de lodo. Yo me sentía nadar entre el sudor que chorreaba de ella y me faltó el aire que se necesita para respirar. Entonces me levanté. La mujer dormía. De su boca borbotaba un ruido de burbujas muy parecido al del estertor.

Salí a la calle para buscar el aire; pero el calor que me perseguía no se despegaba de mí.

Y es que no había aire; sólo la noche entorpecida y quieta, acalorada por la canícula de agosto.

No había aire. Tuve que sorber el mismo aire que salía de mi boca, deteniéndolo con las manos antes de que se fuera. Lo sentía ir y venir, cada vez menos; hasta que se hizo tan delgado que se filtró entre mis dedos para siempre.

Digo para siempre.
Pedro Páramo. Juan Rulfo.



Ni mis palabras silvestres y aglomeradas, ni mis dedos burdos y torpes lograrían elogiar de la manera debida a la que considero la obra magna del señor Juan Rulfo.

Un asomo a nuestras entrañas. Un avistamiento de lo desconocido. Un enigma que la sangre y la tierra nos retan a resolver. Un encuentro con los muertos y la eternidad. Un viaje a Comala.



La digitalización de la irrefutable belleza literaria.

El encuentro del papel y la tinta con la fotografía en movimiento.




Por Mr. Ewok Merrick

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